
Hace cuatro meses desperté de golpe del sueño más largo de mi vida; desde entonces, no soy el mismo y nunca volveré a serlo. Algo dentro de mí se ha roto para siempre. Después de haberlo hablado con otras personas que han pasado por lo mismo, ahora entiendo que lo que sentí en esos momentos era perfectamente normal, incluso necesario, pues el proceso del despertar es tan desgarrador que supone un antes y un después en la vida de cualquiera.
No es fácil ni agradable. Despertar significa tomar conciencia de que la “realidad” no es lo que parece o, más bien, no es tal y como nos han hecho creer. Significa un cambio de paradigma. Significa volver a creer.
Defendemos nuestras creencias a capa y espada, y soltar una idea para acoger otra supone dar un salto al vacío; se vive un pequeño duelo mientras se asimila lo nuevo. Si alguna vez has intentado convencer a un carnívoro de que debería dejar de comer carne o, por el contrario, a un vegano de que la coma, sabrás que no hay argumentos que valgan: si esa persona no está dispuesta a dar ese paso, no hay nada que hacer. La información tiene que llegar en el momento oportuno. En mi caso, ese momento fue hace cuatro meses, a finales de julio, cuando cayó en mis manos un vídeo que confirmaba mi sospecha: que algo no cuadraba en toda esta historia que estamos viviendo desde febrero del año pasado.
Nunca olvidaré las horas frenéticas que siguieron a ese primer vídeo; a medida que tiraba del hilo se me llenaba el cuerpo de adrenalina, a cada paso encajaban las piezas del puzle y empezaba a despejarse la cortina de humo que se nos ha puesto por delante. Al final estuve ocho días sin dormir; llegué a sentir palpitaciones en el pecho y tuve que tomarme un ansiolítico para calmarme. La verdad era tan horrorosa que, aunque tenía la certeza de que era verdad, no daba crédito. Las siguientes fueron las semanas más intensas de mi vida. Se me rompieron todos los esquemas y mi mundo se vino abajo. Con el tiempo, he asumido mi nueva realidad y estoy listo para reanudar mi vida, pero sé que ya no soy la misma persona de antes.
Por lo general, al despertar uno pasa por una serie de estados anímicos y mentales. Lo primero que se suele hacer, después de salir del estado de shock, es intentar alertar a los demás del peligro inminente, del gran engaño en el que vivimos; sin embargo, pronto uno se da cuenta de que sus intentos, en gran medida, están condenados al fracaso, que sus advertencias están destinadas a caer en saco roto. Enfrentar a alguien con una realidad tan alejada de la suya inevitablemente crea rechazo y no lleva a ningún sitio. La frustración es mayúscula, pero no por ello uno deja de intentarlo: más de uno me ha dicho que no pierda el tiempo con los “dormidos”, que no hay más ciego que el que no quiere ver, etc.; pero yo, quizá por mi estatus de recién despierto, no me he dado por vencido, a pesar de las negativas y, a veces, incluso algún que otro insulto.
Despertar también significa volver a aprender. Durante estos últimos cuatro meses, me he hinchado a leer libros, a ver vídeos y a hablar con gente que vive en todos los rincones del mundo. Ahora entiendo la psicología detrás de las normas absurdas que obedecemos: el condicionamiento operante de Skinner, la conformidad de Asch y la obediencia de Milgram, por poner tres ejemplos. He aprendido quienes son la 77a Brigada; qué hace el instituto de Tavistock y para qué sirve el Foro Económico Mundial. He visto como mis comentarios son borrados y censurados de las redes y cómo los buscadores como Google ocultan información que contradice el relato oficial. He visto cómo nos enfrentan a unos contra otros para tenernos divididos, cómo cambian los mensajes cada dos por tres para confundirnos y desgastarnos. En definitiva, he visto lo que es el totalitarismo del siglo 21.
Bienvenidos a 1984. Este párrafo de la web psicologiaymente.com lo resume bien: “El totalitarismo es lo opuesto al autoritarismo. A diferencia del primero, en el totalitarismo se busca el apoyo de las masas, la aceptación y legitimidad, aunque luego usen el poder para erradicar cualquier tipo de disidencia a menudo con prácticas del terror. […] Otro elemento distintivo es que el totalitarismo busca cambiar radicalmente la mentalidad de sus ciudadanos, eliminar cualquier otro tipo de pensamiento y crear una nueva identidad que les permita tenerlos controlados de manera psicológica”.
El control mental de las masas es la piedra angular del estado totalitario, y eso se consigue en gran medida a través de los medios de comunicación y con la censura; el discurso único acaba por desgastar incluso al más escéptico si se le priva de voces disidentes. Bien es sabido que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, y cuando solo se deja hablar a los tertulianos, pero se silencia a premios nobel de medicina, uno puede estar seguro de que ya no vive en una democracia. Por suerte, aún existen algunos canales que escapan al control de la maquinaria propagandística y los que realmente quieren saber qué está pasando tienen un pequeño resquicio por donde colarse para salir de la burbuja informativa en la que viven.
Según Mattias Desmet, profesor de psicología clínica de la Universidad de Ghent, solo un 20-30% de la población está realmente abducida o hipnotizada por la propaganda; un 40-50% sigue al rebaño y se deja llevar por la presión social. Los “despiertos”, que representamos un 10-20% de la población, dependiendo del país (en Francia, Australia e Italia son más; en Escocia, Irlanda y Suecia son menos), por una serie de factores, somos más o menos inmunes a la propaganda y a la manipulación mediática con la que nos bombardean diariamente. Para bien y para mal, vemos a través de la cortina de humo.
Una vez que se te quita el velo, ocurre otra cosa curiosa: dejas de sentir miedo; lo único que te importa es que se sepa la verdad. El miedo al qué dirán se esfuma; el rechazo te resbala. La verdad es como una armadura que te blinda. Salgo a la calle todas las semanas para concienciar a la gente de la amenaza que nos acecha; me expongo a la crítica pero no siento más que una necesidad imperiosa de avisar a los que aún no se han dejado seducir. Cuando rompes el muro de censura que te rodea, y ves que no estás solo, que somos millones, sientes una fuerza y una seguridad apabullantes. Jamás pensé que yo sería un disidente, pero como dijo George Orwell: “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”.
Desde hace décadas, quizá siglos, los de arriba se dedican a estudiar a los de abajo y saben perfectamente cómo pensamos y de qué pie cojeamos; ahora con Big Data saben hasta cuánto tiempo nuestra mirada se fija en cada parte de la pantalla. Los de abajo, en cambio, hemos estado demasiado ocupados ganándonos el pan y viendo el circo como para investigar sobre cómo funciona el mundo. El muro de censura casi infranqueable que han levantado a nuestro alrededor ha garantizado que la mayoría nunca hayamos despertado. Pero algo ha cambiado: por primera vez se han dejado ver. Esta plandemia ha sido su gran jugada, lo han apostado todo y ya no hay vuelta atrás. Los que “vemos” ahora somos demasiados y cada día el número crece; cada segundo se enciende una pequeña bombilla que, una vez encendida, no se puede apagar. El relato oficial cada vez hace más aguas, y es solo cuestión de tiempo que las masas se den cuenta del fraude.
Habrá quien nunca se despierte, la verdad será demasiado dolorosa y el estado de hipnosis será demasiado profundo; pero la mayoría de la población despertará, tarde o temprano. El otro día hablé con un veterano del grupo, que lleva 20 años despierto, y me dijo que antes de 2020 sólo se encontraba con otro como él muy de higos a brevas, incluso podían pasar años sin que conociera a otra persona que entendiera quién realmente controla el mundo; ahora, me dijo con una sonrisa de complicidad, se cruza con otros como él casi a diario.
A veces, cuando voy por la calle y veo a la gente en las terrazas de los bares con la mascarilla puesta y su botella de gel hidroalcohólico, confiando en un sistema que dice velar por su salud, con la falsa esperanza de que todo va a volver a la normalidad, una parte de mí preferiría seguir viviendo en la “matrix”, ajeno a esta nueva realidad; pero enseguida se me quita esa idea de la cabeza cuando recuerdo que nuestra libertad está en juego, el futuro de la humanidad cuelga de un hilo y solo hay una manera de parar esto: despertando a las masas.
Si ahora ves lo que antes no veías, bienvenido al Gran Despertar. Son tiempos emocionantes.
Si aún no “ves”, aquí te dejo un primer hilo del que tirar; dependerá de ti si realmente quieres tomarte la píldora roja o si, por el contrario, prefieres seguir viviendo en la matrix. Cuando sea tu momento, lo verás y te preguntarás: “¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta antes?”.